Era otoño y se fue como se van las hojas que caen de los árboles. AL principio
solo se desprendió, pero estuvo ahí cerca. Luego se marchó un poco más allá. Y
por último se lo llevo el viento lejos. Y me enoje con el viento. Los días que él
estaba me entristecían y lloraba. Le reprochaba que me lo quitara y llevara tan
lejos. Y el viento agachaba la cabeza y se marchaba silencioso y pensativo. No quería
sentirlo decir nada. No tenía modo de defensa.
Un día llego de sorpresa y antes que dijera algo susurró: “Él me pidió
que lo llevara lejos. Porque solo así tu podrías dejar de mirarlo y seguir
floreciendo”. Y se marchó.
Amar no es retener, amarrar y mirar por siempre. Amar es dejar ir agradeciendo
los momentos compartidos.